Continuando con el fanfic basado en "1984" de Orwell, yo propongo
Parte III: Un nuevo final.
Suenan suaves golpes en la puerta gris. Dentro de la
oficina, O´Brien murmura un “Adelante”. Acceden algunos miembros más de la
cúpula del Partido, vestidos de trajes negros como los cuervos, dispuestos a
abalanzarse sobre él.
-Buenas tardes. –Dice mientras se levanta y en su cabello se
refleja la puesta de Sol.- ¿Qué ocurre? –Uno de los hombres adelanta un paso y
contesta.
-Tenemos que hablar con usted. –Comenta con una voz ciertamente
terrorífica.- Verá, O´Brien… -Hace una pausa.- A pesar de que hasta este
momento ha sido un ejemplo de la voluntad del Gran Hermano nos vemos obligados
a reprochar el comportamiento que ha tenido últimamente.
-No entiendo a que se refieren...
-A lo “bien” que
trata usted a ciertos... presos, O‘Brien. -Un sudor frío bajo de puntillas por
el cuello de O‘Brien, quien siguió aparentando su cortante seriedad.
-De verdad, señor... No se a que se refiere...
-¿Que le sugiere a usted el nombre de Winston Smith? -No
pudo reprimir un ahogado grito que dejo colgado en el aire, aparentando un
desconocimiento anormal. No le gustaba mentir a miembros de su cúpula, es mas,
lo detestaba y siempre que lo había hecho (dos veces), se arrepentía de ello
durante largo tiempo, pero era lo único que podía hacer.
-Señor...
-No se justifique, O‘Brien. Su comportamiento nos ha
decepcionado, por ello, para volverle a encaminar al buen sendero del que se ha
desviado, es necesario castigarle.
-¡Pero señor, yo!
-No se preocupe,
O‘Brien; dentro de unas horas volverá a ser el mismo, a estar “curado“.
El asombro y el
terror (aquel terror que casi nunca había experimentado) le impidieron
defenderse cuando varios hombres lo redujeron, y sollozó en el momento en el
que la voz del superior decía tajante:
-Llevadlo a la
habitación 101.
Lo arrojaron como a un perro, la caída le dolió, aunque con
resignación se dijo que no debía encararlos, pues seria peor. Mas nada lo
preparo para lo que iba a encontrar allí: En el suelo veía una figura cubierta
de sangre, con signos de haber sido mutilada y torturada. Habían sido rotas sus
prendas, y el tibio manto de la muerte lo cubría con un halo lóbrego.
-Siento que hayamos tenido que hacer esto, O‘Brien. -La voz
mecánica del superior lo sustrajo de la sorpresa- Pero recuerda que fue
necesario.
Entonces lo vio.
Uno de los hombres movió el cuerpo yaciente, mostrando su rostro. Era Winston.
De nada valió todo lo que había estado creyendo y repitiendo
hasta aquel momento, de nada le servio aquella imperturbable frialdad que lo
caracterizaba.
Winston estaba muerto. Tirado a sus pies.
-¡¡¡WINSTON!!!
Gritó, gritó como jamás lo había hecho, con palabras y
sollozos tintados de odio y rabia, de desesperación, de desconsuelo.
No permitieron que se acercara al cuerpo inerte. Lo
agarraron con sobrehumanas tenazas y lo inmovilizaron.
Seguía llorando, las
lágrimas bañaban su traje negro de angustia. Recordaba aquella habitación con
un cierto placer, mas ahora solo podía sentir una terrible agonía.
Winston estaba
muerto.
Dos horas después, cuando les pareció suficiente castigo, lo
sacaron a rastras, pues estaba a punto de desfallecer. Nada más salir el
superior, vestido también de negro, inquirió:
-¿Quién es usted?
-O‘Brien... Miembro del único Partido verdadero...
El hombre sonrió satisfecho. O‘Brien respondía con una voz
rasgada, como el sonido que produce una lata de metal al estrellarse.
-¿Qué es lo que más le importa?
-El Partido. Únicamente el Partido y servir con mi mayor
diligencia al Gran Hermano. O‘Brien contestaba con el corazón roto.
-¿Quien es Winston
Smith?
-Nadie... Un degenerado que nunca existió...
Pausa. El superior estaba muy contento ante aquella
inmediata mejora.
-Está bien, O‘Brien,
puede retirarse. Esta usted “curado” en su totalidad.
Asintió y los guardas le acompañaron a su puesto.
Cuando llegó a su
despacho se dejo caer en la silla y lloró una última vez por su querido
Winston.
Lejos, en un bar,
Winston se entretenía jugando con la espuma de su café, ajeno a todo.
Pasaron las
semanas, pocos meses y O‘Brien pendulaba como un muerto viviente, eficiente en
todas sus tareas. Apenas hablaba, apenas comía. Su ya terso rostro se
resquebrajó, y no volvió a emular una maliciosa sonrisa.
Una noche le toco
hacer guardia ante los monitores. Entonces, mientras atendía a los últimos
paseos y sueños de otros miembros, lo vio.
Estaba como siempre,
con su traje azul y bien peinado, con la raya mal hecha.
Era Winston. El mismo Winston a quien le había robado un beso
en la cámara de descargas eléctricas, con quien había disfrutado en la
habitación 101, el mismo que había visto...Muerto.
No lo creía, si
era una mala broma iba a derrocarla, pero si de verdad era su querido
Winston...Aquel a quien tanto le costaba aprender...
Tomó su abrigo
negro y antes de salir le pidió a un compañero:
-¿Podrías relevarme
un rato? He visto un caso que... atentaba contra los ideales del Partido, debo
solucionarlo.
-Claro, no te preocupes. Yo me quedo.
Era la primera vez
que corría desesperado y dudaba desde hacia mucho tiempo.
Se precipitó al portal en el que vivía Winston antes de que
lo capturaran, y allí le vio, buscando las llaves del portal, despreocupado.
-¡¡WINSTON!! -Por su rostro más envejecido discurrían sin
miedo lágrimas de éxtasis. Lo abrazó sin importarle nada, pues estaba vivo.
-¡O‘Brien! ¡¿Que te
ocurre, O‘Brien?! ¡Ten cuidado, podrían estar vigilándonos!
En aquel momento no le importaba nada de
aquello. Solo quería sentir entre sus brazos a su querido Winston, y loco como
un adolescente borracho, besó con todas las ansias que llevaba dentro al hombre
de traje azul, quien seguía sorprendido por la extravagante conducta de
O‘Brien.
En aquel momento,
en el puesto de guardia de monitores, se encontraban dos vigilantes, con la
grata compañía de una caja de Donuts.
-¡Eh, eh, mira esto!
-¿Qué pasa?
-Mira este monitor -Dijo mientras señalaba una pantalla
mediana en la que aparecían Winston y O‘Brien besándose.
-¡¿El de negro es
O‘Brien?!
-Parece ser...
-Pero... ¡¿en serio?!
-Ya te dije que tenía mucha pluma. -Respondió en lo que daba
un mordisco a un donut rosa entre risas.
-Pero... ¡No está permitido! -El compañero se quedo con
medio bollo en la boca, anonadado.
-¡Al cuerno con las reglas! ¡Vamos a dejarlos! ¡Creo que es
lo más interesante que vamos a ver!
-Eso es cierto... joder... yo no pensé que tuviera tanta
pluma...
-Pues ya ves...
-Oye...
-Dime...
-¿Dejamos los
infrarrojos cuando apaguen la luz? -Inquirió pícaramente.
-¡Por supuesto! Y trae más capuchino. Esto solo esta muy
seco...
Y, en efecto,
Winston y O‘Brien habían subido con dificultad al piso de Winston, golpeándose
contra todos los muebles a cada paso mientras O‘Brien desnudaba con ímpetu a
Winston, quien le devolvía con más calma caricias en el pelo lacio.
A trompicones
llegaron a la habitación, y apenas entraron, O‘Brien inclinó a Winston hasta
que quedaron sobre la colcha de la cama.
-Espera, espera...
Winston se levanto e intento alejarse de las manos sedientas
de placer de O‘Brien. Cerró la puerta y las cortinas, descorrió las sabanas y
segundos después quedaba bajo aquel que había sido siempre su guardián.
Tanteando apago la
luz y se rindió a los mordiscos apasionantes y a los besos que le cortaban la
respiración.
En la sala de
vigilancia los guardas habían conectado los infrarrojos y los movimientos desenfrenados
de la pareja no tenían escapatoria para su ojo.
-Ahora es cuando empieza lo bueno. -Sostuvo uno mientras
sorbía de su café.-Ni una palabra de esto. Y enfoca mejor la imagen, se les ve
borroso. Por cierto, pásame un azucarillo, anda.
-Está bien... Será una noche interesante...
En aquel dormitorio los enamorados se reían
como chiquillos amigos de toda una vida. Volvían a estar juntos, y les daba
todo igual.
No había Gran
Hermano para ellos, ni Partido, ni amenazas, ni más lecciones, ni habitaciones
101...