viernes, 31 de octubre de 2014

Soneto I. A la peste del 430 a.c. Guerra del Peloponeso.



Soneto I 
(a la Muerte Roja, la peste del 430 a. C durante la Guerra del Peloponeso)

Desolación en el Peloponeso.
La noche cae y las calles mueren solas.
Un grito sesga el viento, un grito
desesperado, horrible, fogoso.

Es la agonía de un hombre
turbado, irabundo arrojándose al
pozo para apagar su sempiterno
fuego. Odiado, rechazado sin piedad.

Titilan las bubas hilos de sangre,
el rostro se demacra ardiendo,y
la fatal hora repica sin cesar.

Cinco jornadas han pasado. ¡Moiras
cortad su sino! ¡Pobre! ¡Morir solo,
sin las lágrimas de una dulce madre!


sábado, 27 de septiembre de 2014

Tú VS Yo

Ensayodel texto Paul Watzlawick, Beavin Bavelas y Don D. Jackson: “Teoría de la comunicación humana. Interacciones, patologías y paradojas.

versus Yo

    “No es posible no comunicar”, dice el primer axioma de la escuela de Palos sobre la comunicación.
Para poder hablar en esa tesitura primero debemos definir qué se entiende por comunicación. Aquí se trata de “una unidad de conducta definida por un modo general”.
En el complejo entramado de la comunicación intervienen diversos elementos susceptibles a cambios, y tal vez la esencia del acto comunicativo sea que es imposible no comportarnos. Hagamos lo que hagamos (o incluso no haciendo nada), ya estamos comunicando. El sinsentido, el silencio, la inmovilidad y la negación también son comunicación.

   Sabemos que cuando queremos transmitir un mensaje lo hacemos con una intención, sin embargo, puede ocurrir que la otra persona no comprenda cómo debe entenderse ese mensaje.
No estoy hablando de lo difícil que puede ser el proceso de comunicación si la lengua  de emisor y receptor es diferente, partimos de unos parámetros comunes.
Donde reside la verdadera confusión es en el aspecto connotativo del acto de comunicación, la “puntuación de la secuencia de hechos”, porque el contenido pertenece a la cara referencial, a los datos digamos, “objetivos”.
Así se deduce la segunda máxima: “Toda comunicación tiene un aspecto de contenido y un aspecto relacional; tales que el segundo clasifica al primero y es, por ende, una metacomunicación”.

   En todo acto de comunicación se pueden establecer diversas relaciones, todas englobadas en “tríadas” denominadas por Estímulo-Respuesta-Refuerzo, lo cual recuerda al método del condicionamiento operante formulado por Skinner.
Así se establecen patrones de intercambio entre emisor y receptor de forma cíclica.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que la puntuación (tercer axioma) organiza la conducta, lo que puede desembocar en desacuerdos y problemas, generando una grave distorsión de la realidad: “La naturaleza de una relación depende de la puntuación de las secuencias de comunicación entre comunicantes”.
  Citaré una común paradoja que puede llevar a la reflexión de los problemas que puede tener la comunicación: “La Guerra es la Paz”.

    Esto nos lleva al punto, en mi opinión, más interesante: la comunicación analógica y digital.
Hemos mencionado el aspecto referencial y connotativo en el ámbito de la comunicación, sin embargo, hasta ahora nos referíamos a un intercambio de palabras, palabras convencionales cuya relación con el objeto al que denotan es puramente arbitraria (por ejemplo, el cuatro es cuatro porque se le denomina así, aunque podría llamarse cinco en vez de cuatro).
Estas sílabas son el resultado de un proceso de abstracción muy complejo, mas sabemos que en la interacción comunicativa entre dos personas (o más) hay otro elemento importantísimo, que a veces llega a olvidarse: el lenguaje no verbal; o lo que es lo mismo, la comunicación analógica.

   En al actualidad puede interpretarse como el paso de una comunicación natural, frente a frente, a la comunicación que nos permite la nueva tecnológica (la saga de los “i”, ordenadores, móviles, etc.), que han creado una forma inimaginable de comunicación.

   Desde el punto de vista del psicoanálisis (por tratar otras corrientes psicológicas), la comunicación analógica estaría ligada al Ello, pues no entiende de negación en sus propósitos; y la digital con el Super Yo, plasmado en esos convencionalismos “lógicos”, en el puro contenido del mensaje.
Durante la comunicación interpersonal no solo intercambiamos palabras; sino que también traspasamos gestos, posturas, tonos, sentimientos, instintos, segundas intenciones y un millón de detalles que sin decir nada dicen mucho.
De ahí la complejidad de este proceso, pues es necesario traducir el mensaje del otro e interpretarlo (en esto también juega un papel muy importante el bagaje cultural que se enreda a nosotros cual mortaja, oscureciendo y manipulando nuestra mente).
    
    Aparte de esta relación analógico-digital inseparable hay, así mismo, relaciones variadas entre el emisor y receptor, que pueden estar basadas en la igualdad (cismogénesis simétrica) o en la diferencia (cismogénesis complementaria).
   Evidentemente no se establece el mismo vínculo entre un profesor y un alumno que entre una pareja o unos amigos.

    Haciendo referencia al título de mi ensayo, (“Tú versus Yo”) hago alusión a la doble relación de confusión que puede haber con la partícula versus, pues acuñada desde el inglés por “contra” (sinónimo de relación insana, venenosa), su original significado en latín no era otro que “hacia” (lo que puede interpretarse como buena relación).  


   En conclusión: la comunicación se basa en una relación recíproca (feedback o retroalimentación), donde tanto emisor como receptor envían y reciben mensajes en un contexto socio-cultural cuya intencionalidad es variable, y cuya esencia debe ser interpretada con el fin de llevar una buena comunicación. 



miércoles, 24 de septiembre de 2014

G.O.O.G.L.E

 (Del Resumen y comentario: ¿Google nos está volviendo estúpidos?)



   Algo está pasando en la era actual. Hay unos nuevos seres que nos abren las puertas al “pleno y verdadero” conocimiento. Estos seres tienen nombre: ordenadores, computadoras o similares. Han presentado un modelo novedoso de almacenamiento de información mediante enlaces e hipervínculos y lecturas rápidas, breves y concisas.
Ya no se quiere (incluso ni se puede) disfrutar de “ladrillos” bíblicos de montones y montones de páginas, resulta una tarea ardua y tediosa.
Sin embargo esto no quiere negar las maravillosas ventajas que nos ha brindado dicho hallazgo, y la sola invocación de las sagradas palabras “Internet”, “WWW” produce la aparición de unos hombrecillos azules que trabajan por nosotros para ahorrarnos trabajosas búsquedas.
   Es verdaderamente triste ver como ya no se “LEE”. Se hojea, se “echa un vistazo”, pero en la mayoría de las veces la información no se quede retenida en nuestro cerebro, sino que se traduce en un  clic en el ratón para conducirnos como don Latino a la plaza que deseamos.
Sabemos, y no es ningún misterio la maleabilidad de la mente humana y, siguiendo la creación del hombre según la tradición griega, (a base de barro y arcilla), Internet (por citar al gran culpable, Google) toma entre sus cibernéticas manos nuestra cabecita inocente  y pura para hacer de ella (antes una inmensa casa riquísima como los palacios de San Petesburgo) un mísero, arrugado y escueto guisante gris.
  Para entender esta horrenda metamorfosis, es necesario retornar a la creación de los primeros aparatos mecánicos, y después al nacimiento del gran (anti)Cristo de la tecnología, Taylor, cuyo sistema olvidaba esa vulgar mitad humana llamada sentimientos, obligando a los trabajadores a transformarse en máquinas de producción planas, en pos de un “atajo” eficiente y rápido, reprogramándonos hasta hacernos autómatas, pero, como  venerada justificación, origina el aumento de la producción.
Este es el mismo sistema que Google aplica: máxima velocidad, eficiencia y producto, en detrimento del desarrollo de las capacidades humanas y caminando tras los pasos de una perfecta creación de inteligencia artificial (como un nuevo moderno Prometeo que en vez de mejorarnos nos empeora).
Esta idea atenta contra la propia capacidad del individuo, supeditándonos a un máquina (inteligencia artificial)  tal si ésta fuera un Dios, limitándonos el pensamiento y nuestro raciocinio.
¿Con esto intenta transmitir que la “especie elegida” es una computadora?
En mi opinión la evolución humana reside justamente en su propio desarrollo, y esa “utopía googleliana” quiere coartar el pensamiento, hacernos borregos para que llegue un momento en el que los ordenadores sean dueños del universo.
Es peligroso: no quieren nuestro cuerpo, sino que intentan apropiarse de nuestra mente.
    Si se quiere pasar de una sociedad en la que las máquinas son los objetos inanimados, ayudantes y a merced del hombre, vacíos de toda emoción a una en la que sean la raza humana la de intangible corazón, cabeza pequeñísima y cuadrados como pantallas donde las inteligencias artificiales sean nuestras señoras y amas y las que posean más captación de sentimientos, no quiero verlo.


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martes, 16 de septiembre de 2014

Ensayo: Se recibe COMUNICACIÓN, se lee "CONTROL", se adquiere "CRÍTICA":

Ensayo texto John B. Thompson: “Comunicación y contexto social”.

Se recibe COMUNICACIÓN,
Se lee “CONTROL”,
Se adquiere “CRÍTICA”.

    Tras leer el texto de Thompson sobre la estrecha relación que mantiene la comunicación con el contexto social correspondiente además de las características de los medios de comunicación, se puede analizar la importancia que el poder (de un jefe tribal, de un “hechicero”, de un rey o de una cúpula de poder en un Estado) tiene sobre los medios de comunicación.
   Entendemos poder como “la capacidad para actuar según los propios intereses infiriendo en acontecimientos y personas y la posibilidad de variar resultados”.
    Hay varios tipos de poder: económico, político, coercitivo y simbólico.
Pero, ¿qué tienen que ver las instituciones de poder con la creación y transmisión de formas simbólicas, de información?

   Sabemos que la comunicación mediática es integral y no puede entenderse al margen del contexto social, de los “campos de interacción” (en palabras de Thompson “parámetros socioculturales en los que actúan –mediatizados-los individuos”), y que la información recibida por los medios de comunicación (cuyo nombre más apropiado debería ser medios de difusión, pues no se participa –normalmente- en la configuración de los mensajes) es adquirida, comprendida, aprehendida e incorporada a nuestros esquemas cognitivos previos.
Pero tras el surgimiento de la “comunicación de masas” (entendido este término como una información dirigida a un público muy amplio) se edifica un nuevo escenario tecnológico, (recuérdese el salto de la era analógica a la digital) donde la información y comunicación pueden manipularse de manera más flexibles.

   Esto no quiere decir que anteriormente no se garantizara a la información una sesión de maquillaje y empolvado, no hay más que ver el dominio ejercido por la Iglesia a los pobres fieles durante la Edad Media (poder simbólico).
Sin embargo, el desarrollo de la comunicación está ligado con fuerza al desarrollo del transporte, pues el conocimiento sobre el mundo en la Edad media se restringía al pueblo o ciudad donde se vivía y con  mucha suerte a alguna villa o territorio vecino.

     Es evidente que una diligencia tirada por caballos enviaba las cartas con amplia lentitud; y que, cuando maravillosos inventos como el teléfono o el telegrama fueron creados, las distancias parecieron acortarse al calor de los barcos de vapor reduciendo el gasto temporal.
He aquí una de las características más destacables de los media: su grado de separación espacio temporal.
Gracias a la creación de instrumentos tales como la imprenta que permitía fijar y reproducir documentos, la información se movía por los años, perpetuándose (de mejor manera que las leyendas o técnicas pasadas de boca en boca), lo que permitió un conocimiento mayor del pasado (o del mismo presente pero de diferentes lugares al mejorarse el transporte) y un “acortamiento” de las distancias.

   ¿Quién no ha escuchado alguna vez decir –o ha dicho él mismo- “¡qué pequeño es el mundo!”?
En efecto, qué pequeño se va haciendo el mundo a medida que se puede saber en tiempo real (o muy cercano, dependiendo del sistema de horarios vigente) lo que está ocurriendo en Siria, o hablar mediante vídeo-conferencia con un empresario de Nueva York o, de forma más simple, coger el teléfono y hablar largos minutos con la prima portuguesa.

   Se descubre la simultaneidad despacializada: mismo tiempo/ diferente lugar.
Aumentan las experiencias relacionadas con el espacio, el tiempo, la velocidad, la separación espacio-tiempo y la simultaneidad, lo que produce un incremente en el ritmo de la vida social.
Esto también ha afectado al sentimiento de pertenencia, ahora nos creemos más “ciudadanos del mundo”.
Nuestro sentido del pasado y del mundo abarca más allá de nuestra ubicación inmediata.
¡Qué locura!
El pasado nos parece una ventana abierta a miles de corredores; el presente, una inmediatez; y, ¿el futuro? El horizonte nos acecha demasiado cercano, precipitado.


    Pero, retornando al tema principal que atañe este ensayo, sobre la influencia del poder en los media… Los engendradores de información han pensado en cómo, nosotros tristes mortales y consumidores de información, recibimos justamente esas formas simbólicas: no somos receptores pasivos, ni mucho menos, sino que se trata de un proceso hermético, no es una mera adquisición que se realiza sin prestar atención, sino que se traduce en una apropiación e integración en el esquema cognitivo previo, por lo que hay una clara actividad interpretativa.
Esto me lleva a decir que el significado de los mensajes no es estático, sino que tiene  un carácter social e histórico, que depende de nuestras circunstancias personales, y que cada individuo puede variar el uso inicial del producto (mensaje), aunque no todo vale.

   Los configuradores de la información transmitida saben que es necesario que los receptores tengan unos conocimientos previos para poder captar y entender el mensaje, esto no tiene mucho misterio, pero ellos mismos pueden inculcar en esos “campos de interacción” plantaciones donde sus raíces se aferren a nuestra memoria, creando nuestro bagaje social y enredándonos en ese laberinto del que es muy difícil escapar.
Así, truncando esa información, engalanándola, nos “venden la moto”, como quien dice, y nos creemos cosas que en verdad son falsas y que predicamos, brindándonos una imagen errónea y un conocimiento empobrecido.

   Este tema puede resultar fangoso y puntiagudo, no se me malinterprete, mas ese Estado, para delimitar su poder y hacerlo crecer hasta convertirse en una bestia imparable, manipula nuestro presente, nuestras palabras, ofreciéndonos un reflejo distorsionado que al contrastarlo nos produce sorpresa.
Si se puede manipular de forma tan fácil (una pesada burocracia aún así) el ahora, estos instantes… ¿Qué pasaría si modificaran el pasado?
Esto sonará un poco paranoico, pero factible.
    Los medios técnicos (el sustrato materia de las formas simbólicas) han evolucionado para permitir cierto grado de reproducción, lo que resuelve, como materia sensible en tónica, en la clara explotación comercial, transformando las formas simbólicas en bienes de consumo que son partícipes en el mercado.
El momento actual dicta al oído a estos creadores que hay que explotar nuevas formas para registrar información, producir y reproducirla para entregarla a una pluralidad de receptores a cambio de remuneraciones económicas.

    También ha hecho que variara nuestra “experiencia mediática”, es decir, la percepción nuestra en y del mundo, lo que influye en nuestra visión sobre el globo.
Y los mass media (medios de comunicación de masas) pueden generar prejuicios y preconcepciones derivadas de la información que nos envían.

    Por ello el control y el ejercicio de la comunicación son tan peligrosamente importantes, pues donde en realidad hay blanco “ellos” (con ellos remito a los que construyen y emiten las formas simbólicas) dicen que hay negro, y a menos que seamos críticos y dudemos y contrastemos, creeremos que es blanco y no negro.
Se vinculan así al poder político y económico al mismo tiempo, e incluso al simbólico por asemejar el proceso de comunicación a la adoración de la verdad, a su firme creencia y divulgación con la misma fuerza que la fe.
¿Poder coercitivo? ¿Aquel que suplanta la voluntad ajena y la doblega mediante la fuerza física –normalmente- y la coacción?
No es este el momento ni el lugar de ese tema, pues entendemos la comunicación como algo, en principio, que descarta lo referido a un mensaje físico violento (lo que no quiere decir que el mensaje contenga la misma carga de amenaza).

    Sin embargo, reitero que el mensaje puede interpretarse y usarse de variadas maneras e, incluso, mediante los reproductores de vídeo nos sentimos libres en determinada manera del orden temporal impuesto por los organizadores -que integran el proceso de recepción en rutinas determinadas- con lo que podemos ser, un poco, “dioses” del tiempo, recreando el pasado y postergándolo para el futuro.


    En suma, cuando el Estado (nos centramos en el estadio de la civilización) controla, manipula y organiza las formas simbólicas y las comunica de una determinada manera, previamente habiéndonos hecho tragar las píldoras correspondientes de parámetros socioculturales apropiados para sus propósitos, tiene el mayor poder de todos: el poder de la información (o de la difusión, o de la comunicación, valgan como sinónimos).
No quiero remitir a un totalitarismo comunicativo, y por ello incito a la crítica y a sopesar el mensaje, a no adquirirlo, sino a apropiarse de él, comprenderlo (y eso implica el contraste y búsqueda de más datos para complementar la información recibida) y apropiarse de él sacando nuestras conclusiones y jugo del rico fruto del conocimiento, y todo el mundo sabe que exprimir una manzana es tarea ardua, mas que su zumo es dulce y gratificante cuanto más esfuerzo se emplee.

     Me gustaría cerrar este ensayo con una sentencia bastante oscura, dramática y que dé para pensar. Pertenece a la celebérrima novela de George Orwell, “1984”:

“Quien controla el presente, controla el pasado y quien controla el pasado, controlará el futuro






sábado, 13 de septiembre de 2014

Parte VI fanfic 1984: La venganza también se sirve flambeada



Tenía razón mi buena amiga Sarah Smith Walker, y mis agradecimientos a nuestra Afri, que me ha dado muy buenas ideas para este sexto capítulo.
Poco tengo que decir más, no me acusen de nada, échenle las culpas a las dos ya citadas xD


   Pues eso, que la venganza no solo se sirve fría sino...

¡ATENCIÓN! Solo para aquellos que conocen la historia.
¡ATENCIÓN 2! Puede contener trazas de ingrediente no apto para sensibleros y cupcakes. 



Parte VI: La venganza también se sirve flambeada.

-Dame unos minutos, enseguida vuelvo.
    O´Brien desapareció del cuarto que compartía con Winston (la habitación alquilada sobre la tienda del señor Charrington), dejándole arropado con la totalidad del edredón, pues el frío aprovechaba cualquier rendija para colarse.
    Se incorpora para dar un trago a un suculento café (no el desapetecible sucedáneo que estaba obligado a consumir por las mañanas, sino del excelente al alcance del Partido Interior) para calentarse y se percata de que el maletín de piel oscura de O´Brien ha quedado semi-abierto sobre una silla.
Sin darse tiempo a cortar su curiosidad se levanta y lo abre con cuidado. ¡Cuál es su sorpresa cuando encuentra el que fue su Diario!
Perplejo lo toma entre sus manos, asegurándose de que, en efecto, es SU DIARIO.
Pero lo que realmente consigue asombrarlo son sendos posits que indican distintas páginas, frases subrayadas, marcadores que señalan algo concreto y notas escritas a mano en un letra muy cuadrada y ortopédica, que Winston identifica de inmediato con la de O´Brien.

    Mientras curiosea éstas con gran interés la puerta se abre y O´Brien accede, sorprendiendo a su querido Winston con el susodicho libro.
-¿Que haces hurgando en MIS cosas? –Exclama enfadado. Winston le mira y sin amedrentarse responde.
 -Pues creo que esto NO es precisamente TUYO. –Dice con cierta ironía.
 -Déjalo. Fue necesario que lo leyera... tú ya sabes porqué... –La voz de O´Brien se pierde.
-¡¿Por trabajo?! –Asiente.- Pues esto no suena muy “profesional”.-Sin previo aviso abre una página al azar (aquella en la que Winston escribe que tras volver a encontrarse con O´Brien durante aquellos efímeros Dos Minutos de Odio y mirarse, es consciente de que no importa si éste es amigo o enemigo, mas una persona en la que puede confiar y que le comprende), leyendo las notas a tinta negra de O´Brien con voz de broma.-
  “Yo también le he vuelto a ver. Bueno, en realidad fui a buscarle. No tendría que estar por esa zona, pero no me fue difícil pasar por allí para poder verlo aunque fuera un momento. Y a pesar de que sabía que no era correcto, no he podido evitar mirar, aunque fuera por un instante, sus ojos. Y se por su mirada que confía totalmente en mi.
A veces pienso que me da pena traicionarle…”

    O´Brien comienza a perder la calma, gritándole a Winston que le devuelva el libro, pero éste se ríe y salta de la cama, defendiéndose del nervioso hombre que intenta atraparlo.
-¡Déjame leer otra! –Dice zafándose de él.- Esto es demasiado divertido. Y sin dejarle añadir nada más comienza con su tono despreocupado, justo encima de las líneas en las que confesaba que escribía ese Diario para O´Brien.- “Sabía que le importaba.
    Lo que no sabía era que le importara tanto. Ahora que sé lo que siente no sé si seré capaz de cumplir con mi deber, a pesar de que sea por su bien. –Winston pierde su tono gracioso para serenarse. Antes de leer en voz alta frena y traga, como si no creyera lo que está escrito.- Por un momento he pensado en dejarlo todo por él, irme con él y vivir como proles, ajenos a todo. –Ambos se han quedado mudos y petrificados. O´Brien resignado y con la cabeza gacha, retirándose las gafas con su característico gesto. Winston se deja caer sobre la cama, pues cada palabra que tartamudea ahora produce en él un efecto devastador, como si esas sílabas no pertenecieran al hombre al que ama.
Toma valor, respira con profundidad y se aventura a terminar las líneas, cada vez más oscuras.- Sé que simplemente pensar esto es un crimental, pero yo ya no soy yo...”
     Winston mira con la boca abierta y las cuencas desorbitadas a O´Brien, quien fuma a gran velocidad un escueto cigarro, y cuya mirada está oculta tras el brillo de sus cristales.
Opta por seguir con la lectura, llegando al punto en el que afirma que “La libertad es poder decir que dos y dos son cuatro. Una vez conseguido esto y resto vendrá solo”.
   Sin embargo, si instantes antes había creído en una transformación vertiginosa en O´Brien, lo que dice ahora le devuelve a su miembro del Partido Interior, recto y cortante.
-“¡¡¡¿Pero que crimental es este?!!! Retiro lo dicho anteriormente... WINSTON TIENE QUE APRENDER. Y seré YO quien le vaya a dar su lección...
   El silencio opresivo baña la habitación hasta sumergirla en un estado incómodo.
Winston está a punto de decir algo cuando la puerta se abre inesperadamente y aparece Charrington, alarmado por el ruido.
-¡Ah, O´Brien! –Dice casi con falsa sorpresa.- Pensé que ya te habías ido.
O´Brien de un zarpazo arranca el diario a Winston, quien tiembla como una hoja de papel.
-No te preocupes, camarada. Ya me iba. -Y al pasar al lado de Winston (que seguía en estado de shock) le susurra con su clásico estilo didáctico y amenazador. -Nos veremos, Winston. Nos veremos....
Y sale por la puerta, dejando a Charrington y a  su querido Winston paralizados, pues es tal el estruendo de la puerta al cerrarse que el cuadro que ocultaba la telepantalla se sacude atemorizado.

    En la memoria de Winston sigue repitiéndose aquellas dos palabras
Nos veremos…
   Sabe que O´Brien se vengará por conocer aquella parte suya más sensible, y su rabia le enquista un profundo miedo…



    Al día siguiente no recibió el característico mensaje de O´Brien y pasó acongojado toda la mañana en la oficina, mirando a las musarañas (a las musarañas no, porque en 1984 no quedaban musarañas), mirando a los paneles gris claro que encalaban las paredes, contándolos hasta perderse por cinco veces. Estaba preocupado. ¿Qué se había propuesto O´Brien?

   Regresó a su casa y nada supo de él.
El miércoles tampoco dio señas.
El jueves pasó desapercibo.
Una semana después Winston se desesperaba. Creía que O´Brien tras aquella discusión y burla no volvería a aquella habitación…
Sin embargo algo en su interior le decía que su protección no le iba a fallar nunca, y é se intentaba aferrar a esta creencia pero… ¡Una semana! ¡Siete días! La cabeza le iba a explotar y su corazón no podría recoger los pedazos por estar asfixiado en un rincón.

  Entonces se le vino a la mente una idea… Otro diario… Sí, otro diario…
Necesitaba poner nombre a lo que bullía en su alto y delgado cuerpo.
Esperó impacientemente a salir de la oficina y a ponerse en búsqueda de un nuevo cuaderno.
No le fue difícil encontrarlo, justo en la misma tienda de la primera vez.

    Cuando regresó a su piso una punzada se le enquistó en las piernas, pues sabía que la mera posesión de aquel conjunto de hojas recicladas y tapas duras podría llevarle a la ruina… Aquello le recordaba tantas cosas…
Pero ya nadie se preocupaba de lo que hacía, salvo O´Brien.
¿Dónde estaba O´Brien? Necesitaba conversar con él, y no era consciente de lo obligatorio que se había vuelto para él transmitirle lo que pululaba por su cabeza, sabiendo que le comprendería…
No lo pensó más y empezó a escribir palabras, una tras otra, bastante juntas y con poco sentido, pues no encontraba el término exacto en neolengua para lo que quería decir.
    La telepantalla hacia más ameno el ambiente con una musiquilla minimalista mientras su fibra azul cambiaba a las 2:24…


 
    Una semana. Se había propuesto alejarse de él durante un período de 168 horas.
O´Brien fumaba nervioso el quinto cigarro de la tarde, con las gafas empañadas por el humo.
Pensaba en el día anterior en el que, movido por un ansia de rebeldía estúpida y sin fundamento, se había dejado meter la lengua por otro miembro del Partido Interior.

    Suspiraba por no deprimirse más. Había sido lo más patético que había hecho en su vida, sin lugar a dudas.
Conocía perfectamente a toda la cúpula del Partido y sabía que la mayor parte se había estudiado al dedillo el cuerpo de la otra mitad. Repugnante.
Movía al cabeza en señal de negación y de sus labios expiraban nubes oscuras que se esparcían a su alrededor.
    No había traicionado a Winston.
Aquello no podía llamarse traición. Ni siquiera había esperado a cerrar los ojos y le faltó un manotazo para arrojar al suelo a aquel robusto “camarada”.
Se había largado de la reunión sin unirse a la orgía alcohólica que cerraba el acto.
Se desesperaba.
Vio su maletín de reojo e intentó esbozar una maliciosa sonrisa: mañana completaría su venganza…


   Por fin la tan deseada nota llegó al escritorio de Winston.
Escueta, directa y encriptada como siempre.
Winston suspiró aliviado, aunque su alivio se cortó cuando imaginó lo que aquella noche le esperaría: típica bronca larguísima y enojosa de O´Brien.
Si había algo que más aburrimiento le producía hasta querer que le sangrasen las pestañas por evitar tal tortura era O´Brien con su discurso excesivamente didáctico y lento.
Pero al menos le vería. Había que buscarle la parte positiva.
 
    El anticuado reloj analógico dio las ocho y tres de la tarde cuando O´Brien abrió la puerta.
Iba con su aire característico de maestro cansado de repetir y repetir la misma lección a un alumno que no entiende.
Winston se paró en seco. Por un lado quería pedirle perdón, darse un abrazo e irse a dormir. Por otro quería suplir la falta de tantos días…

    Pero apenas pudieron saludarse cuando se escuchó un sonido hueco, como el de una caja pesada cuando se deposita en el suelo.
O´Brien abrió la puerta asegurándose de que no estaba Charrington y vio un paquete envuelto en papel marrón.
Con el forro típico de un mensaje importante del partido descubrió el destinatario del mismo: Winston Smith.
Winston salió con disimulo y al ver su nombre inscrito se decidió a abrir la caja, bajo los consejos de O´Brien de abstenerse y muchas sílabas de Winston no quería escuchar, pues aquella sorpresa le había agradado mucho más el día.

   O´Brien murmuraba indicaciones cuando escuchó a Winston gritar tal si lo estuvieran matando. Y bueno, en cierto sentido, para él si que lo estaban matando:
    En una urna de plástico translúcido se oía el chismorreo claro y agudo de aquel bicharraco peludo y de cola larga que tanto temor levantaba en Winston: una rata.
Pero una rata fea, grande y asquerosa.
Menos mal que O´Brien agarró la urna en el momento en el que Winston retrocedía aterrorizada, porque sino el animal habría caído al suelo y hubiera sido todo mucho peor.

   Ante los gritos Charrington subió alarmado, y portando aún la caja (ya cerrada completamente), O´Brien le explicó en pocos segundos lo acontecido, y el dueño de la tienda volvió tranquilo a su puesto.

  Tras sendos minutos intentando tranquilizarlo, O´Brien supo que ese no iba a ser el mejor día para dejar caer su venganza sobre su querido Winston, pues “alguien” lo había hecho en primer lugar.
Desecho de la rata calmó a Winston lo mejor que pudo y un solo nombre salía entrecortado de su aliento:
-Ju-li-a, Julia…
Pues no quedaban dudas acerca del emisario de tan agradable presente.
Alegando mil y unas razones de porqué no debía haber confiado en ella, cuando la luna ovalada coronaba la punta de Londres Winston se quedó dormido en brazos de O´Brien.


   Al día siguiente, a la hora prefijada, Winston esperaba a que Martín abriera la puerta del piso de O´Brien.
Entró y allí estaba, con su cara avejentada y arrugada, cansada, y con su típico gesto colocándose las gafas.
O´Brien le hizo señas para que le acompañase a una habitación en la que no había estado nunca, y Winston se echó a temblar: O´Brien no iba a exceder su demora por ejecutar su venganza.
Un foco brillante le cegó las retinas y perdió el conocimiento durante unos instantes.

    Cuando se despertó se halló sujeto a una silla ligeramente incómoda y con los brazos extendidos con las palmas hacía arriba sobre lo que parecía una tabla.
En ese momento vio a O´Brien diferente a otras veces: sus gafas eran las de siempre (sin aquellos cristales O´Brien no podía ser O´Brien), pero en vez de su mono como la pez vestía una camisa oscura entreabierta y unos pantalones negros sujetados con varios cinturones de distintos tamaños.
Detrás de él había una gran pizarra blanca en la que escrito con tinta azul se leía:

2+2=5

   Miró a O´Brien, quien sostenía una maliciosa sonrisa y una especie de palo de madera rectangular y alargado (una regla que dotaba a O´Brien del aspecto de un maestro de escuela de los años 40) y tragó de pánico cuando dijo cuando con una voz de ligera corte sádica:
-Has sido muy malo, Winston Smith…




    Martín colocaba unas botellas de vino y se pudo leer en sus labios:
-La venganza también se sirve flambeada…



   

jueves, 7 de agosto de 2014

Fanfic "1984" Parte V: El Miniver/ El Minimor.*



   De nuevo añado otro capítulo más a mi fanfic de 1984, Orwell me perdone, pero cuando las ideas te las ponen en bandeja de plata es difícil decir que no.
Este capítulo -el cual espero que sea el último- esta dedicado a una amiga, a la cual llamaré por su seudónimo: Sarah Smith (Walker)
"¡NOS VEREMOS, SARAH SMITH!
Nos veremos..."

PD: Esto se me está yendo de las manos xD.

Parte V: El Miniver/ El Minimor.

     Eran las cinco y media de la mañana y Winston seguía embobado mirando la puerta por la que hora antes había salido corriendo Julia.
Julia… Aquella imagen no se le quitaba de la cabeza.

    Ahora le regresaban a la mente aquellos recuerdos que se mostraban difuminados y desenfocados por el paso del tiempo: su intento de rebelión contra el Partido, las noches secretas con Julia en ese mismo piso, su captura, la traición de Julia, su entrada en el Ministerio del Amor…
Y ya tenía las pupilas agotadas de permanecer tanto rato abiertas como el ojo del Gran Hermano, fijas en la madera y en la ventana.
No había logrado conciliar el sueño.
Suspiraba de vez en cuando con el alma encogida: jamás había podido pensar que iría allí otra vez.
   Y cuando la había visto… Una sensación extraña se había apoderado de él. ¿Qué era? ¿Amor? ¿Remordimiento? ¿Miedo?
Les había visto juntos, abrazados, besándose… Ni siquiera sabía cuánto tiempo había estado espiándolos…
Pero, ¿por qué se sentía así? Su corazón estaba ocupado únicamente por O´Brien, quien dormitaba en silencio a su lado.
¿Entonces? Le había acusado con desprecio, ¿estaba celosa? También había compartido aquel mismo lecho con ella, meses atrás, pero en su fuero interno creía que fue un arrebato de pasión, una atracción incontestable que le circulaba por su pulso; quería estar más cerca de aquella chica que compartía tanto con él…
Jamás quiso hacerle daño. Y no entendía porqué se había enfadado tanto con él cuando fue ella la que le traicionó…
Aunque, ¿pudo ser O´Brien quien le había mentido?
Lo miró: estaba recostado en su lado izquierdo, con los brazos de almohada y un semblante tranquilamente tensado, como siempre.
Imposible. No fue él.

  Exhalaba un suspiro cansado. No había podido pegar ojo en toda la noche.
Y los zapatos negros de tacón le zumbaban en el cerebro. Mira que era patoso.
También le sacudía el espinazo como un rayo la amenaza de Julia.
Se decía así mismo que no sería capaz de delatarlos. Pero… ¿Era capaz de confiar en ella a pesar de todo?
Quería. Quería y una parte de su conciencia le obligaba  a pensar en lo contrario.
Y continuaba desmenuzando la conversación.
    ¿Qué había querido decir Julia cuando aseguró con O´Brien había tenido “algunos problemillas” con el Partido? Si era verdad, ¿por qué no le había dicho nada?
Volvió a mirarlo.
Era O´Brien.
Sonrió con suavidad. No le podía pedir más. Su persona era un continuo misterio.
Pero estaba decidido a preguntárselo cuando despertara.

    Se levantó. El colchón vibro y el que dormía pareció despertarse.
Winston se dirigió a la ventana, tapizada con maderas que apenas permitían entrada a la luz.
Volveremos a vernos en el sitio donde no hay oscuridad”. Aquellas palabras de O´Brien se colaron en su memoria.
Ahora entendía la frase con otro significado.

   Se giró. Las manos ásperas de O´Brien le rozaban los hombros.
Estaba confundido.
Lo abrazó aspirando la eterna serenidad de sus ojos, intentando que algo se le pegase también.
Sin embargo, necesitaba preguntárselo:
-O´Brien…
-Dime Winston.
-¿Qué ha pasado con el Partido? –El rostro del que siempre permanecía tranquilo mudó a un blanco paralizante, dando claras muestras de que O´Brien había tenido algo malo de verdad.
-Nada. No pasó nada. –Mintió.- Julia mintió…
-No te creo. –No evitó interrumpirle. Estaba en su derecho de conocer lo que le escondía.
-¡No pasó nada y punto!
Retiró rápidamente los brazos de Winston y se alejó.
Empezó a vestirse con brío, cubriéndose de un mono como la pez.
-¡Y sería mejor que no escuchases a esa… chica! ¡Te traicionó! ¿O lo has olvido ya?
Cambió de tema. Y aunque Winston se dejó llevar por la sorpresa, quiso contraatacar.
-¡No va a decir nada! ¡Cálmate! ¡Dime que ocurrió! Necesito saberlo…
-¡¿Necesitas?! ¡¡No me interesa lo que “necesites” o no!! ¡¡No voy a contarte mi vida!!
Se levantó de un salto, rabioso.
Iba a salir ya por la puerta cuando escuchó la voz tenue de Winston que, a pesar de que fluía como un susurro, consiguió enquistársele en el pecho.
-No me dirás nada, para qué. Para ti soy solo una marioneta más, ¿no? No te importo en absoluto…
-¡¿Qué no me importas?! –Gritaba con aquel secreto arañándole la garganta.- ¡¿Cómo te atreves a decir eso, Winston Smith?! –No lo soportó más- ¡¡Me encerraron en la habitación 101 por ti!! ¡¡Te vi muerto!! –El brote de una lágrima asomaba por su rostro. Respiraba con dificultad.- ¡¡¿Te vi muerto y crees que no me importas?!!
Ahora discurrían en cascada las gotas calientes por la piel tensada. Era incapaz de controlarse. No podía permitir que los ojos asustados e increíbles de Winston lo observaran por más tiempo.
Le había confesado su mayor miedo sin querer.

    Iba a salir corriendo cuando las manos de Winston lo agarraron. No quería darse la vuelta.
-¡¿Estás diciendo que estuviste en la habitación 101?! ¡¡¿Cómo?!! ¡¡¿Por qué?!!
Lo zarandeaba con cuidado. O´Brien era incapaz de añadir algo más. -¡¡¡O´Brien, respóndeme!!!
Se sentía mareado.
Se dejó caer en la cama de espaldas, intentando recobrar el aliento. Temblaba. No era capaz de decirle la verdad a Winston. Ya había hablado bastante.
Pero… aquella mirada suplicante le partía los esquemas, en su cabeza resonaban sus sílabas, su experiencia, su dolor…
-¡¡BASTA!!
Gritó.
    No aguantaba más preguntas.
-Se enteraron de lo que te hice… hicimos cuando te llevé a la 101…
Me castigaron. Me enviaron allí. Estabas muerto… Con heridas por todos lados, con la sangre de los muertos rodando por tus mejillas… -Ahogó un sollozo- Me torturaron con lo que más me duele… -Hizo una pausa. Winston estaba mudo.- Después de eso dejé de pensar para ser un mero autómata, solo hacía lo que tenía que hacer… -Paró. Sus retinas se iluminaron.- Pero, semanas después te vi… Estabas en la pantalla de uno de los monitores, estaba de guardia. Eras tú. –Fijó sus ojos en su querido Winston.- Vestido con tu mono azul y la raya mal puesta, como siempre, de camino a casa y… -Estaba a punto de desfallecer.- Estabas vivo…

    Un silencio sobrecogedor pobló la habitación. Ninguno de los dos era capaz de moverse.
O´Brien decidió seguir con todo.
-Quería asegurarme, quería ver que eras tú de verdad y fui lo más rápido que pude a comprobarlo. –Se sosegó.- Y, era verdad. Lo que vi en la habitación 101 era mentira, era una ilusión, una farsa que montaron para castigarme, una broma muy cruel. –Tomó aire.- Y entonces decidí que no quería perderte otra vez…
-Y por eso estamos aquí. –Completó Winston.
-Sí. –Expiró.

    Notó los labios de Winston como  nunca antes los había probado, y sus brazos suaves lo rodeaban con ternura.
Se sentía a gusto, feliz, relajado y aliviado.
-“Nos volveremos a ver en el lugar donde no hay oscuridad”…-Sonrieron- Donde no hay secretos…-Dijo Smith.
-En el ministerio de la Verdad. –Acentuó O´Brien.
-Y en el ministerio del Amor. –Añadió su querido Winston.

    Las luces llenaban el cuarto y subían por las paredes, reflejando dos siluetas que se quitaban mudamente la ropa en medio de caricias y besos.

*El Miniver/El Minimor: El Ministerio de la Verdad/ El Ministerio del Amor en neolengua.


miércoles, 6 de agosto de 2014

fanfic "1984" Parte IV: Omake



"Deberías incluir a..."
Y de nuevo a escribir en servilletas de bares xD
Darme ideas para continuar un fanfic de "1984" es mala idea... (Espero que Orwell me perdone XD)

PARTE IV: Omake.

    Ya habían cumplido cinco meses de aquel noviazgo espontáneo, pues cada noche abandonaban su mono clasificatorio y lejano para sentirse desnudos, libres de ataduras y poder cumplir con la urgencia de su apetito de placer.

   
    Cada día se reunían en el antiguo piso de Winston, aquel que había alquilado junto con Julia en el lugar donde los ojos del Gran Hermano no deberían llegar, el mismo donde fueron descubiertos la primera vez y que seguía regentada por el señor Charrington.
Sin embargo, O´Brien fue más listo y anulaba la telepantalla. (Aunque lo que ellos no sabían era que sus roces eran siempre supervisados por aquellos dos vigilantes que se entretenían viéndolos, disfrutando como si fuera la mejor película jamás hecha por la Pornosec.)

    Allí se veían sin tapujos, sobre las ocho de la tarde, en la habitación cerrada a contramuro y en la que reinaba un ambiente acogedor.
El sudor, las burbujas de tabaco ocasionales y el prolongado suspiro del disfrute eran los pilares que seguían manteniendo aquel hogar.

    Un día, como otro cualquiera, ambos se encontraban al abrigo de aquellas sábanas, pues era invierno y qué mejor que el calor humano para olvidar el frío extraño y exterior.
Winston se dejaba hacer a la voluntad de O´Brien, gozoso.
O´Brien, descontrolado como siempre, dominaba en aquel instante el cuello y la cintura de su querido Winston, y ambos solo hacían una pausa para besarse.
    Fue entonces cuando la puerta del piso comenzó a ceder ante la embestida de una llave conocida, y los amantes no repararon en absoluto en aquellos ruidos, envueltos en delicias y pensando que sería el chirriar de los goznes por el frío.
Una joven de cabellos castaños penetró en el piso, con una sonrisa en los labios.
No escuchó los placenteros gemidos que bañaban el cuarto al que se dirigía.
Guardó la llave en su bolso.

    Era Julia.
Había logrado recordar plenamente a Winston, después de haberse visto casualmente en una de las calles, después de no haberse atrevido a decirle ni una palabra.
No se había olvidado de aquel piso en el que tanto amor y temor compartieron.
Volvió a sonreír.
    Lo esperaría allí hasta que regresara, pues suponía que volvería.
¡Tenía tantas ganas de abrazarlo, de sentirlo!

    Abrió la puerta, la cual había quedado un poco entornada, pero no estaba preparada para lo que iba a encontrarse ante sus ojos:
Cubiertos de lívido y de otras gotas de las que no quería saber su procedencia, O´Brien (al que reconoció de inmediato) y su amado Winston se envolvían ansiosos mientras sus bocas se arremolinaban con fervor demente.
No podía articular sílaba.

    Entonces O´Brien se giró ante tan importuna interrupción, advirtiendo a Julia.
Winston, por su parte, no sabía qué decir mientras que reposaba en los brazos anchos y firmes de O´Brien, observando de hito en hito a la chica que patidifusa y ojiplática clavaba su mirada en su desnudo cuerpo.
-Julia…-Apenas dijo Winston en un hilillo de voz, reorganizando su mente.- ¿Qué…? ¡¿Qué estas haciendo aquí?!
Fueron las únicas palabras coherentes que pudieron adherirse al aire.

    A ella se le cayó el bolso en lo que señalaba con lágrimas al borde del precipicio de su lacrimal con rabia en su expresión a O´Brien.
-¡Mal nacido! ¡¡Hijo de puta!! ¡¿Cómo pudiste?! –Ahora acribillaba con su voz, fuerte como un estruendoso vendaval, a Winston.- ¡¿Cómo has podido?!
Se quedó petrificada, llorando.
Ella hubiera tenido que ser la que tocara ahora Winston la que sintiera sus cálidos labios sobre su piel, no aquel miserable que les había arruinado la vida.- ¡¡Te odio!! –Gritó por último.-¡¡Os delataré!! –Vociferó celosa y rabiosa.
Entonces fue O´Brien el que se incorporó y tensó la cuerda del ambiente.
-¿Sí? ¿Y a quién van a creer? ¿A un miembro respetable del Partido o a una cría con antecedentes?
Aquello la paralizó. Tenía razón. Él era un miembro peligroso y poderoso al mismo tiempo, sin embargo, ella supo defenderse.
-¿En serio? Se dice que últimamente ha tenido algunos “problemillas” con el Gran Hermano.
Se refería al ingreso de O´Brien en la habitación 101, de lo cual Winston no tenía noticia alguna, por lo que la miró extrañado. O´Brien, por el contrario, palideció de inmediato y se aferró al lecho.

    Dicho esto, la chica intentó huir, satisfecha y despechada a la vez, pero la mano suave de Winston la frenó.
-¡No te vayas, Julia!
O´Brien abrió la boca desmesuradamente y se llevó la palma áspera a la frente: Winston había salido de la cama con la única protección de una sábana, dándole el aspecto de un semi-dios, que acababa de enredarse entre su cadera y sus pies, lo que provocó que al mínimo paso que dio, tropezó con ella y se estampó sin remedio al ras de los tacones de Julia.
   Julia, que no estaba segura de si reírse del que fue su amado por su torpeza o gritarle, optó por escapar de aquella escena que brillaba por su fogoso deseo candente.
-Hasta nunca.
Y cerró de un portazo.

    Tiró la llave que jamás volvería a usar, fundiendo en la memoria de Winston y  O´Brien una amarga mirada de desprecio.


domingo, 27 de julio de 2014

Fanfic "1984" Parte III: Un nuevo final


   Continuando con el fanfic basado en "1984" de Orwell, yo propongo

Parte III: Un nuevo final.

Suenan suaves golpes en la puerta gris. Dentro de la oficina, O´Brien murmura un “Adelante”. Acceden algunos miembros más de la cúpula del Partido, vestidos de trajes negros como los cuervos, dispuestos a abalanzarse sobre él.
-Buenas tardes. –Dice mientras se levanta y en su cabello se refleja la puesta de Sol.- ¿Qué ocurre? –Uno de los hombres adelanta un paso y contesta.
-Tenemos que hablar con usted. –Comenta con una voz ciertamente terrorífica.- Verá, O´Brien… -Hace una pausa.- A pesar de que hasta este momento ha sido un ejemplo de la voluntad del Gran Hermano nos vemos obligados a reprochar el comportamiento que ha tenido últimamente.
-No entiendo a que se refieren...
 -A lo “bien” que trata usted a ciertos... presos, O‘Brien. -Un sudor frío bajo de puntillas por el cuello de O‘Brien, quien siguió aparentando su cortante seriedad.
   
-De verdad, señor... No se a que se refiere...
-¿Que le sugiere a usted el nombre de Winston Smith? -No pudo reprimir un ahogado grito que dejo colgado en el aire, aparentando un desconocimiento anormal. No le gustaba mentir a miembros de su cúpula, es mas, lo detestaba y siempre que lo había hecho (dos veces), se arrepentía de ello durante largo tiempo, pero era lo único que podía hacer.
-Señor...
-No se justifique, O‘Brien. Su comportamiento nos ha decepcionado, por ello, para volverle a encaminar al buen sendero del que se ha desviado, es necesario castigarle.
-¡Pero señor, yo!
 -No se preocupe, O‘Brien; dentro de unas horas volverá a ser el mismo, a estar “curado“.
 El asombro y el terror (aquel terror que casi nunca había experimentado) le impidieron defenderse cuando varios hombres lo redujeron, y sollozó en el momento en el que la voz del superior decía tajante:
 -Llevadlo a la habitación 101.
Lo arrojaron como a un perro, la caída le dolió, aunque con resignación se dijo que no debía encararlos, pues seria peor. Mas nada lo preparo para lo que iba a encontrar allí: En el suelo veía una figura cubierta de sangre, con signos de haber sido mutilada y torturada. Habían sido rotas sus prendas, y el tibio manto de la muerte lo cubría con un halo lóbrego.
-Siento que hayamos tenido que hacer esto, O‘Brien. -La voz mecánica del superior lo sustrajo de la sorpresa- Pero recuerda que fue necesario.

    Entonces lo vio. Uno de los hombres movió el cuerpo yaciente, mostrando su rostro. Era Winston.
De nada valió todo lo que había estado creyendo y repitiendo hasta aquel momento, de nada le servio aquella imperturbable frialdad que lo caracterizaba.
Winston estaba muerto. Tirado a sus pies.
-¡¡¡WINSTON!!!
Gritó, gritó como jamás lo había hecho, con palabras y sollozos tintados de odio y rabia, de desesperación, de desconsuelo.
No permitieron que se acercara al cuerpo inerte. Lo agarraron con sobrehumanas tenazas y lo inmovilizaron.
 Seguía llorando, las lágrimas bañaban su traje negro de angustia. Recordaba aquella habitación con un cierto placer, mas ahora solo podía sentir una terrible agonía.
 Winston estaba muerto.
Dos horas después, cuando les pareció suficiente castigo, lo sacaron a rastras, pues estaba a punto de desfallecer. Nada más salir el superior, vestido también de negro, inquirió:
-¿Quién es usted?
-O‘Brien... Miembro del único Partido verdadero...
El hombre sonrió satisfecho. O‘Brien respondía con una voz rasgada, como el sonido que produce una lata de metal al estrellarse.
-¿Qué es lo que más le importa?
-El Partido. Únicamente el Partido y servir con mi mayor diligencia al Gran Hermano. O‘Brien contestaba con el corazón roto.
 -¿Quien es Winston Smith?
-Nadie... Un degenerado que nunca existió...
Pausa. El superior estaba muy contento ante aquella inmediata mejora.
 -Está bien, O‘Brien, puede retirarse. Esta usted “curado” en su totalidad.
Asintió y los guardas le acompañaron a su puesto.

    Cuando llegó a su despacho se dejo caer en la silla y lloró una última vez por su querido Winston.
    Lejos, en un bar, Winston se entretenía jugando con la espuma de su café, ajeno a todo.


    Pasaron las semanas, pocos meses y O‘Brien pendulaba como un muerto viviente, eficiente en todas sus tareas. Apenas hablaba, apenas comía. Su ya terso rostro se resquebrajó, y no volvió a emular una maliciosa sonrisa.

    Una noche le toco hacer guardia ante los monitores. Entonces, mientras atendía a los últimos paseos y sueños de otros miembros, lo vio.
 Estaba como siempre, con su traje azul y bien peinado, con la raya mal hecha.
Era Winston. El mismo Winston a quien le había robado un beso en la cámara de descargas eléctricas, con quien había disfrutado en la habitación 101, el mismo que había visto...Muerto.
    No lo creía, si era una mala broma iba a derrocarla, pero si de verdad era su querido Winston...Aquel a quien tanto le costaba aprender...

     Tomó su abrigo negro y antes de salir le pidió a un compañero:
 -¿Podrías relevarme un rato? He visto un caso que... atentaba contra los ideales del Partido, debo solucionarlo.
-Claro, no te preocupes. Yo me quedo.

   Era la primera vez que corría desesperado y dudaba desde hacia mucho tiempo.
Se precipitó al portal en el que vivía Winston antes de que lo capturaran, y allí le vio, buscando las llaves del portal, despreocupado.
-¡¡WINSTON!! -Por su rostro más envejecido discurrían sin miedo lágrimas de éxtasis. Lo abrazó sin importarle nada, pues estaba vivo.
 -¡O‘Brien! ¡¿Que te ocurre, O‘Brien?! ¡Ten cuidado, podrían estar vigilándonos!

   En aquel momento no le importaba nada de aquello. Solo quería sentir entre sus brazos a su querido Winston, y loco como un adolescente borracho, besó con todas las ansias que llevaba dentro al hombre de traje azul, quien seguía sorprendido por la extravagante conducta de O‘Brien.

   En aquel momento, en el puesto de guardia de monitores, se encontraban dos vigilantes, con la grata compañía de una caja de Donuts.
 -¡Eh, eh, mira esto!
-¿Qué pasa?
-Mira este monitor -Dijo mientras señalaba una pantalla mediana en la que aparecían Winston y O‘Brien besándose.
 -¡¿El de negro es O‘Brien?!
-Parece ser...
-Pero... ¡¿en serio?!
-Ya te dije que tenía mucha pluma. -Respondió en lo que daba un mordisco a un donut rosa entre risas.
-Pero... ¡No está permitido! -El compañero se quedo con medio bollo en la boca, anonadado.
-¡Al cuerno con las reglas! ¡Vamos a dejarlos! ¡Creo que es lo más interesante que vamos a ver!
-Eso es cierto... joder... yo no pensé que tuviera tanta pluma...
-Pues ya ves...
 -Oye...
-Dime...
 -¿Dejamos los infrarrojos cuando apaguen la luz? -Inquirió pícaramente.
-¡Por supuesto! Y trae más capuchino. Esto solo esta muy seco...

   Y, en efecto, Winston y O‘Brien habían subido con dificultad al piso de Winston, golpeándose contra todos los muebles a cada paso mientras O‘Brien desnudaba con ímpetu a Winston, quien le devolvía con más calma caricias en el pelo lacio.
    A trompicones llegaron a la habitación, y apenas entraron, O‘Brien inclinó a Winston hasta que quedaron sobre la colcha de la cama.
-Espera, espera...
Winston se levanto e intento alejarse de las manos sedientas de placer de O‘Brien. Cerró la puerta y las cortinas, descorrió las sabanas y segundos después quedaba bajo aquel que había sido siempre su guardián.
   Tanteando apago la luz y se rindió a los mordiscos apasionantes y a los besos que le cortaban la respiración.

    En la sala de vigilancia los guardas habían conectado los infrarrojos y los movimientos desenfrenados de la pareja no tenían escapatoria para su ojo.
-Ahora es cuando empieza lo bueno. -Sostuvo uno mientras sorbía de su café.-Ni una palabra de esto. Y enfoca mejor la imagen, se les ve borroso. Por cierto, pásame un azucarillo, anda.
-Está bien... Será una noche interesante...
     En aquel dormitorio los enamorados se reían como chiquillos amigos de toda una vida. Volvían a estar juntos, y les daba todo igual.
   No había Gran Hermano para ellos, ni Partido, ni amenazas, ni más lecciones, ni habitaciones 101...

   
Eran solo ellos. Y, en el fondo, siempre habían sido solo ellos: Winston y O‘Brien.



viernes, 25 de julio de 2014

Fanfic "1984". Parte II: La habitación 101



     Siguiendo la continuación de las servilletas hoy subo la segunda parte del fanfic basado en la novela de Orwell, "1984".

    Espero que os guste.

¡AVISO! : Apto solo para los que conozcan la historia :)


Parte II: La habitación 101.



   "-¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡ A mí no! ¡A Julia! No me importa lo que le hagas a ella. Desgárrale la cara , desconyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia! ¡A mí, no!"
(...)
Todo estaba negro.
Winston se negaba a abrir los ojos, en su memoria se arrojaban como espectros millones y billones de ratas. En el último momento la jaula se había abierto y aquellos seres infernales arremetieron contra él.
    Dientes puntiagudos que se frotaban unos con otros, garras que descargaban su fiera fuerza contra su rostro…
Su rostros… Una cárcel, unas patas ásperas y rabos serpenteantes correteando y pisándolo hasta hacerle enloquecer.
Su garganta estaba magullada por aquel caminar indeciso e hiriente que circulaba por su piel hace apenas unos segundos…
Segundos… Para él acababa de pasar una eternidad entre estertores e hipos horribles.
    En su mente flotaba como lejana una sombra, ahora no sabía recordar bien de quien.

    Quería abrir los ojos, se decía en su interior que todo había formado parte de la pesadilla más horripilante que había tenido jamás.
Entreabrió los párpados.
También le dolían.
Veía algo blanco y pensó que estaba en su celda, confirmándose así mismo de que todo había sido un mero mal sueño.

    Respiraba más aliviado cuando percibió algo que parecía corretear por su pecho, de un lado a otro, sin detenerse, muy veloz.
Un solo pensamiento se apoderó de él mientras gritaba desconsolado:
-¡¡LAS RATAS!! ¡¡OTRA VEZ NO!! ¡¡LAS RATAS!!
Cuanto más gritaba y bregaba por moverse un ápice (que instantes después mutó en la más absoluta parálisis), más sentía aquella cosa en su piel.

    Creyó por lo que experimentaba que era una sola rata, un solo ser repugnante, aquel animal que tanto temor levantaba en él.
Gritó hasta que no pudo más, preferiría desmayarse, preferiría morir antes de que aquel bicharraco siguiera acampando a sus anchas por su pecho.

    Fue entonces, cuando más cerca estaba de regresar al estado de coma que tanto ansiaba, justo entonces, cuando vio como una sombra se abalanzaba sobre su rostro, libre de la reja que lo protegía.
Estuvo a punto de desvanecerse en el momento en el que observó los ojos maliciosamente sonrientes de O´Brien.
-Hola, Winston, ¿has aprendido de una vez?
No sabía si morderle, si cerrar los ojos, sin insultarle si… odiarle.
Sintió de nuevo aquella piel áspera deslizarse por su cuerpo, mientras atendía con ojos muy abiertos a la expresión de O´Brien.

    Tragó como pudo y el del traje negro dijo con voz dulce como la parte suave del estropajo:
-Tranquilízate, Winston, soy yo.
Y descubrió que, en efecto, la última “rata” que creía que se movía por su pecho eran los dedos gruesos de O´Brien.
-¿Es más agradable que las ratas, verdad, Winston? –Su voz era hipnótica, pendular.
Sin embargo, la sola mención del vocablo “rata” revivió en el desdichado Winston los horrores a los que había sido sometido, y de nuevo estalló en exclamaciones de angustia y cólera.
    O´Brien, con toda la tranquilidad del mundo, retiró el extravagante casco que cubría a Winston, además de quitarle, con gran placer, la bata semi-azul que restaba apenas de su uniforme de preso.
Seguía dando alaridos cuando O´Brien depositó con cuidado una toalla mojada en su frente, lo que le hizo abrir los ojos instantáneamente los párpados al pensar que eran los húmedos hocicos de las ratas.
Solo vio a O´Brien. Y supo que había sido él quien lo había conducido a aquella martirizante sala, a la habitación 101.
    No evitó que su ira se desparramase sobre la figura de O´Brien.
-¡Cabrón! ¡Capullo! ¡Hijo de…!
O´Brien lo calló con un dedo en los labios.
-Lo siento, mi querido Winston, pero era necesario… Ya sabes que te cuesta mucho aprender…
-¡¿QUÉ ME CUESTA APRENDER?! ¡No me jodas, O´Brien! ¡Malnacido! ¡Ojalá te murieses, cabrón!
-Winston, cálmate, fue necesario…
-¡¡Déjame, no me toques!!
O´Brien se apartó con rapidez de Winston, quien estaba totalmente fuera de sí y por poco no le acertó una dentellada.
-Winston… Si no paras me veré forzado a…
-¡¿A qué?! ¡¿A tirarme más bestias de aquellas?! –O´Brien dudó.
-Sí. –Un silencio pétreo se condensó en la habitación 101.
-Eres un cabrón.
O´Brien se levantó resignado, suspirando. Una punzada lo hacía sentirse culpable pero, ¿culpable de qué? Él había respondido con impecable eficiencia las reglas y el protocolo a seguir, sin embargo, cuando escuchaba a Winston vociferando y despotricando contra él un gran malestar se enquistaba en su cuerpo.

    Cerró la puerta con varios candados más y se cercioró de su aislamiento. Apagó los múltiples ojos del Gran Hermano que cuidaban de cada centímetro de la habitación 101. Abrió los brazos y anunció:
-Winston, estamos tú y yo, solos. Absolutamente solos, ¿sabes lo que eso significa?
Añadió con cierta sugerencia, intentando mermar la rabia de su condenado.
-Sí… -Acentuó él.- ¿Qué me puedes torturar con más libertad? –Repuso decaído.
-¡Eres un imbécil!
Sabía, y desde que comenzó a soltar cada ejemplar sobre el cuerpo de Winston, que lo que quería escuchar era una disculpa, pues le había herido en lo más doloroso para él, en lo que más ponzoñaba su mente.

   Pero no era capaz, en el fondo presentía que estaba faltando a su deber con Winston mas, ¿qué deber tenía con aquel sujeto que se había confiado a él aún a pesar de la traición, de la tortura y de la mentira?
Se estaba volviendo loco.

    No lo soportó más, se zafó de su abrigo y se colocó como un lobo dispuesto a desgarrar a su presa sobre el aterrado Winston, quien tembló ante aquellos dientes torcidos en una sonrisa satánica:
-O´Brien…
-No tengas miedo, Winston, no habrá más ratas, ni más dolor…-El hipnótico trance de su voz mecía como en medio de una ensoñación  al desdichado, y aunque conocía que se iba a retorcer de dolor al momento en el que sintiera sus manos, merecería la pena.
    Antes de volver a ser el guardián de su sombra, su único castigador y verdugo, bajo la atenta mirada del Gran Hermano.

    Comenzó con unas caricias suaves, aflojando las ataduras que sostenían a Winston, deteniéndose en cada línea, en cada vena que palpitaba. La silla en la que había estado aferrado el torturado se tumbaba hasta tomar el aspecto de una camilla.
Subió al cuello con la boca y Winston comenzó a gritar, confuso.
Solo cuando sus lenguas se unían el silencio volvía a tener el cetro en aquel imperio.

    Siempre era O´Brien el que dominaba, el que organizaba cada caricia y cómo debía estar dispuesta, cuánto tenía durar, etc.
Su siseante lengua jugó en la tensa entrepierna de Winston, mientras poco después O´Brien ostentaba solo unos pantalones negros de su mono a medio caer, seducido por los gritos de su querido Winston.

    Unas gafas reposaban sobre la gamuza verde.
La sala estaba negra.



jueves, 24 de julio de 2014

Fanfic de "1984" Parte I: La silla eléctrica



"Pues podrías escribir algo sobre "1984", de Orwell..."
Así comenzó todo.
    Minutos después estaba enfrascada escribiendo en unas servilletas de papel de un café XD (es muy cómodo, por cierto).
Con este fanfic, producto de la más absoluta locura, pretendo comunicarle a George Orwell no una parodia brutal y estúpida, sino un juego nacido de su falta de especificación en "ciertos temas" relativos a su obra.


     Espero que no se revuelva demasiado en su tumba...

Con todo mi cariño para George Orwell, que no se desvió mucho cuando escribió "1984" de la realidad actual.

¡AVISO!: PUEDE TENER CONTENIDO DAÑINO PARA LA SENSIBILIDAD DE ALGUNAS PERSONAS 
SOLO APTO PARA INDIVIDUOS QUE SE HAYAN LEÍDO EL LIBRO. (Sino no se enterarán de nada).

Parte 1: La silla eléctrica.

    Cuando los tormentos parecían haber concluido de aquel aparato eléctrico infernal, Winston se encontró con las ataduras ya aflojadas y el rostro terso y satisfactorio de O´Brien, quien lo miraba intensamente.
A su izquierda vio Winston que el hombre de la bata blanca preparaba una inyección.
O´Brien miró a Winston sonriente. Se ajustó las gafas como en los buenos tiempos.
-¿Recuerdas haber escrito en tu diario que no importaba que yo fuera amigo o enemigo, puesto que yo era por lo menos una persona que te comprendía y con quien podías hablar? tenías razón. Me gusta hablar contigo. Tu mentalidad atrae a la mía. Se parece a la mía excepto en que está enferma. Antes de que acabemos esta sesión puedes hacerme algunas preguntas si quieres.
-¿La pregunta que quiera?
-Sí. Cualquiera. -Vio que los ojos de Winston se fijaban en la esfera graduada.- Ahora no funciona. ¿Cuál es tu primera pregunta? -El hombre de bata blanca desapareció ante el gesto de O´Brien. Winston continuó.
-¿Qué habéis hecho con Julia?
O´Brien volvió a sonreír.
-Te traicionó, Winston. Inmediatamente y sin reservas. Pocas veces he visto a alguien que se nos haya entregado tan pronto. Apenas la reconocerías si la vieras, Toda su rebeldía, sus engaños, sus locuras, su suciedad mental...todo eso ha desaparecido de ella como si lo hubiera quemado, Fue una conversión perfecta, un caso para ponerlo en los libros de texto.
-¿La habéis torturado?
o´Brien no contestó.
-A ver, la pregunta siguiente.
-¿Existe el Gran Hermano?
-Claro que existe. El Partido existe. El Gran Hermano es la encarnación del Partido.
-¿Existe en el mismo sentido en que yo existo?
-Tú no existes.
 (...)
    Winston yacía silencioso. Respiraba un poco más rápidamente. Todavía no había hecho la pregunta que le preocupaba desde un principio. Tenía que preguntarlo, pero su lengua se resistía a pronunciar las palabras. O´Brien parecía divertido. Hasta sus gafas parecían brillar irónicamente.
Winston pensó de pronto. "Sabe perfectamente lo que le voy a preguntar". Y entonces le fue fácil decir:
-¿Qué hay en la habitación 101?
    La expresión del rostro de O´Brien no cambió. Respondió:
-Sabes muy bien lo que hay en la habitación 101, Winston. Todo el mundo sabe lo que hay en la habitación 101. -Levantó un dedo mientras añadía.- Bueno, Winston, se te acabó el tiempo, ya es hora de que… -Pero el torturado cortó su frase.
-¡O´Brien, por favor, contéstame a una última pregunta! –O´Brien pudo leer casi en su totalidad los ojos entre atemorizados y suplicantes de Winston, siempre lo hacía, aunque había un candor extraño que lo desconcertaba.
-Está bien. Dime, Winston, ¿qué es lo que quieres saber sobre mí?
-Primero quiero que te acerques –Contestó al instante.- Me duele el cuerpo demasiado como para moverme…
-No juegues, Winston, sabes que te conozco…
-¡Solo un poco!
O´Brien aceptó la encarnizada petición de Winston, y poco después sus rostros quedaban apenas separados por veinte centímetros.
-Dime, Winston, ¿qué quieres saber?
-O´Brien…-Sus palabras se volvieron un susurro, por lo que el fornido y exasperado hombre se vio obligado a aproximarse más.-Tú…-Notando que era el momento de todo o nada se decidió a formular aquella pregunta- ¿Sientes por mí lo mismo que yo siento por ti?

  O´Brien, un hombre cuyos pilares estaban bien fijos, no supo qué contestar, ni cómo reaccionar ante aquella inquisición, pues en aquel momento se debatía entre su deber y lo que desconocía que pensaba.
¿Sentía algo por Winston? Pero, ¿qué era aquello sino el producto de un arduo trabajo, un espécimen del que él mismo se sentía responsable de modelar, de encaminar por la buena senda del Partido?
    Su mente se quedó en blanco.

   Winston, haciendo un terrible esfuerzo, bregando por caerse desplomado sobre la camilla, se incorporó hasta que sus labios (aún agitados por la traumática experiencia) tocaron los de O´Brien, que se habían quedado entreabiertos por la sorpresa.

   Estaba a punto de tocar su paladar cuando O´Brien lo apartó con todo el cuidado que pudo, recordando el dolor que persistía en el cuerpo del procesado.
-No, Winston, esto no está bien… Esto no puede pasar… O por lo menos así no…
Y, olvidándose parcialmente del Partido y de todas sus órdenes, arrasó contra la boca de Winston, quien ya empezaba a echar a perder todas sus esperanzas.
   No sabía cómo controlar, cómo conducir aquella explosión tifónica que lo dejaba sin aire.
Quería descansar, pero O´Brien sabía que ahora volvía a tener el poder que ostentaba sobre él, y no iba a desaprovecharlo.
    Sus manos atenazaron la espalda herida de Winston, quien en medio de aquel incontrolable beso se retorcía de dolor.

    No supo si volvió a desmayarse o fue presa de aquel ataque de pasión hasta que perdió el sentido.

   
Cuando sus ojos se abrieron encontró a O´Brien sentando a un lado de la camilla.
La cabeza le daba vueltas y creyó que desfallecería de nuevo cuando O´Brien replicó con una pícara sonrisa:
-Nunca aprenderás, Winston.