7/Pereza
“El sueño de una noche de verano”.
Llegué. Aquello era el lugar más bonito y pacífico que había
visto nunca: una inmensa pradera verde y a lo lejos divisaba una enorme encina.
Me acerqué. Apenas corría una suave brisa perfumada al rocío
mañanero y que arrastraba diminutos pétalos poco numerosos de pequeñas
margaritas.
Me tumbé a la sombra de la encima. No hacía un calor
excesivo, pero sí era el suficiente para que desearas mecerte y acabar en un
sueño profundo.
Tenía cosas que hacer, sí; pero preferí descansar un rato en
este tranquilo paraíso, donde tan solo el fuerte aleteo de una bella mariposa
podía estropearlo.
Estuve pensando mientras me divertía observando las
algodonadas y apenas visibles nubes en todo lo que debía de estar haciendo. No
me apetecía. Necesitaban que hiciera lo que me pidieron con rapidez, pero no
pude evitar perderme unos instantes en aquella paz y sosiego.
Se me van cerrando los ojos, ¿qué mas darán las tareas? Me
apetece echarme una siesta.
Me duermo, las ovejas saltan en mi subconsciente una valla
imaginaria. Hay un delgado y caudaloso río de aguas transparentes. Me baño, no
está fría.
Salgo y descanso cerca de un árbol el cual no se qué es.
De repente, el cielo azul se nubla.
Empieza a oscurecer. El anterior níveo techo se colma de
negras y amenazantes nubes.
Truena. Relampaguea. Huyo. Siento que me persiguen. Las
piernas no me responden, no puedo correr.
Las sombras me envuelven, noto como si un rayo me rozara la
nuca y me la despedazara.
Termina la tormenta, de nuevo luce el Sol.
Me desperezo. Algo me escuece con rabia en la nuca. Me toco.
La cabeza me da vueltas.
Sangre. Me mareo. Pierdo el conocimiento.
Necesito levantarme, pero no quiero, el manto del sueño que
otorga la pereza me envuelve.
De nuevo me sumerjo en un eterno sueño en esta noche de
verano.
Me palpo. Encima de mi cuerpo sostengo una rama de laurel
que la pereza colocó.
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